27.3.06

luz mala

Frente a la Ñ del último sábado, me queda la árida impresión de que Fogwill es a la literatura (ponele la literatura, yo preferiría decir Facultad de Filosofía y Letras) lo que Charly García es a la nebulosa snob del rock argentino. No puedo dejar de imaginarme a un par de "catedráticos" y a más de una puta o pelotuda que ojeando el Gran Suplemento Argentino piense: “Está re loco el viejo, pero dice cosas inteligentes”.
Qué sé yo. A esta altura, el suplemento linda con lo amarillo hepático. Para seguir la comparativa, la Ñ es a la cultura lo que la Paparazzi es al mundo del espectáculo (o viceversa). Más que abusar de la novela de Roa Bastos, lo más verosímil hubiese sido titular la tapa con un contundente ¡Fogwillazo!.

Eso sí: lo cierto es que, cuando él no esté, lo mejor de la narrativa argentina actual (Cohen, Bizzio, Pinedo, Nielsen también, por no decir Casas, Martín Rodríguez, Mattoni y otros grandes poetas de su masonería) seguramente lo va a extrañar.

26.3.06

un puñado de matices

"El Presidente dejó trasuntar otra vez una sensación que merodea su pensamiento. Supone que la democracia, hasta su arribo al poder, hizo poco y nada por la justicia y la memoria. Esa percepción le valió un disgusto hace tiempo con Raúl Alfonsín. Pero el ex presidente fue reivindicado en su estima y ayer mismo encabezó una ceremonia en la ESMA. Es además la única referencia opositora a la que acude el Gobierno. Nada puede compararse al juicio histórico a los ex comandantes que impulsó el líder radical. Aunque el propio Menem hizo lo suyo —indultos al margen— para corroer el poder de las Fuerzas Armadas y compensar de forma material a los familiares de los desaparecidos."

Eduardo van der Kooy, el día después

8.3.06

ibarra, primera parte

Ya está: Ibarra fue destituido, no dieron lugar al pedido de inhabilitación, recurrirá a la justicia aunque en su fuero interno reconozca que los plazos judiciales exceden las virtuales horas de su gobierno en potencia y todos –por supuesto también Iglesias, que une al fiscal y a Baltroc en la misma bolsa de ignominiosa política adversativa- todos, ahora, lo confirman como un cadáver político. Yo jamás creí que lo fuera, ni antes ni ahora: en todo caso lo herido de muerte es la capacidad figurativa de un cariz que fue electo “en oposición”, con la ayuda de la misma chantapufi chaqueña que ahora se alegra porque, como él, adolece de una fuerza exclusivamente coyuntural. Ni Ibarra como persona importaba; sí el uso de ciertos sintagmas de choque que no terminan de reacomodarse a su vacío de significante. Ibarra está tan muerto como esos sayos que la historia y la excepcionalidad con que se construye sus formas políticas (no me confundan con Massot) reinstalan en el desuso de su contenido. El problema no parecería estar en quiénes vuelven, o deben volver, o cómo los traen; el tema es a dónde. Ayer, cuando salía del trabajo, Ibarra ya había sido destituido pero me fui igual por Corrientes, rumbo a la Legislatura. Era tarde y lo sabía, pero tenía ganas de encontrar algo, alguien, aunque sabía que los familiares ya debían estar en Once, y el trostkismo, lo usual, como salido de un director’s cut de Godard, de vuelta en su republiqueta de Sociales o Filo, y los empleados municipales, balbuceando la misma nada que los amontonó sin ninguna dirección -algo quería encontrar. En la esquina de Maipú, justo en la ochava, quedaba todavía una fila horizontal de afichetas pegadas sobre otro afiche mayor, más grande, seguramente la publicidad de alguna universidad privada. El collage había dejado un lema, sin querer, una cadena formada con los restos que quedaban:

“Encontrá tu lugar. No a la destitución. Encuentro progresista.”

6.3.06

o poeta e o violão


No leí El Código Da Vinci ni pienso ver la película. Una razón de peso es que no me gusta ver películas basadas en libros sin haber leído primero el original –y en este caso, la negación de un elemento niega por extensión al otro. Un ejemplo que me marcó en este sentido es Trainspotting: vi la película quinientas mil veces pero el libro se me cayó de las manos; a cada página que pasaba sentía que ya sabía lo que venía o esperaba esa escena que tanto me había gustado de la película mientras descubría que las formas de representación cambian trágicamente de un soporte a otro –aunque en este caso se deba más que nada a que la edición de Anagrama del libro de Welsh la compré en España, en un local de El Corte Inglés, y la proliferación de localismos como “capullo” me suenan levemente lejanas, pesadas como las peores letras de Fito.
En realidad, otro motivo es que en la peli actúa Tom Hanks. Detesto a Tom Hanks. Me resulta algo así como el Julián Weich yanqui; aunque al primero todavía le quede “Bachelor Party” para reivindicar su carrera.
A lo que iba, en definitiva, es que en la edición del último domingo del diario Perfil, salió una nota de investigación bastante linda (mi debut como votante fue en las presidenciales del ’99, ergo, soy carne de cañón de los documentos periodísticos de investigación) revelando los secretos internos del Opus Dei y ahí descubrí (tarde) que el malo del libro y por ende de la versión cinematográfica es un numerario de la Obra llamado Silas. Sé poco y nada de fútbol, y lo que todavía guardo de “pasión” no es precisamente un cariño (debido a cuestiones familiares) por San Lorenzo. Pero historias como la de Paulo Silas –o por poner otro ejemplo: Lechuga Roa- con sus búsquedas místicas que le devuelven al fútbol eso que la velocidad del mercado le robó (¡humanidad!) me conmueven fuertemente.
Vaya un sentido homenaje, entonces, al Atleta de Cristo.

Por lo pronto, la versión del best-seller que sí pienso leer, no es otra que la que está craneando Casas.

peleé en una guerra

Hace varios años atrás conocí a Catalina Dlugi. Fue en una cena organizada en el club gallego “Lalín-Silleda-Golada”, ubicado en la calle Moreno, entre Sarandí y Combate de los Pozos, pleno Congreso. Era un mitin radical celebrado por la comunidad gallega en Buenos Aires, en la que habló el Dr. Raúl Ricardo y en donde el galleguismo de boina blanca in toto se debatía entre seguir apoyando al socialismo real de Felipillo o al “populismo” de Josemaría Aznar de Balaguer. Ecuménicos, se quedaron con éste último. En ese momento yo debía tener unos doce años y en las postrimerías de la cena divisamos a Cata en la puerta, a punto de salir, junto a su marido, quien supongo debía portar la sangre española que los acreditaba o, al menos, el espíritu concertista que nos unía a todos aquella noche y que tan bien resumía el rostro de Jesús Rodríguez, sentado a la derecha de Alfonso y a la izquierda de mi tío abuelo, presidente del club. Me da un poco de vergüenza decirlo ahora, pero con un primo segundo que sólo veo, en el mejor de los escenarios, una vez al año, fuimos corriendo hasta la puerta a pedirle un autógrafo. Ella nos lo cedió con la mejor de sus sonrisas, su contracción típica de segmento de espectáculos. Lamentablemente, no guardé ese papel garabateado pero sí atesoré algunas impresiones que, aunque era muy chico por ese entonces, empecé a germinar:
-Catalina era y es la viva personificación del espejismo en el drama mediatizado... Si Mónica y César era la pareja ideal de blancos católicos progresistas no divorciados que plantan naranjos (igual me han llegado cada chisme de ellos) Catalina era y es como la tía medio despistada y pizpireta que le pone paños fríos a una charla en la mesa sobre la inseguridad, hablando del último espectáculo de Enrique Pinti.
-Catalina es más fea en vivo que en la cámara de Telenoche.
-Catalina tiene sangre radicheta
-Nadie, pero nadie como los radicales son tan buenos para construir relatos. Cuando uno es un estudiante aplicado del comité Panesi, aprende que hay dos niveles en el cuento clásico á la Chejov: la sujet y la fable... La fable vendría a ser, dicho ramplonamente, la suma de la historia, la historia en sí, su grado cero y efectivo; la sujet es la forma cómo se presenta esa historia... El radicalismo (presidentes limpios, globos celestes y blancos en la plaza de la democracia) sería la fábula.
El peronismo, lo otro...

3.3.06

hermenéutica de los ochenta

Miguel Cantilo se preguntaba dónde va la gente cuando llueve y yo me pregunto de dónde sale la gente que va a asistir al show de Foreigner el próximo 17 de marzo en el Gran Rex. Descartando la inmensa mayoría de libres interpretadores del hard rock, la sóla idea de un cuarentón emocionándose con hits de la talla de "I want to know what love is" bien podría pasar por alguno de esos micros de alteridad porteña producidos por Ciudad Abierta del tono "Asociación-Argentina-de-Jugadores-de-Burako" o "Fan-Club-Argentino-de-Camilo-Sesto".
(Montalbán: cazá el guiño que te estoy tirando. Yo era uno de los que te pagaba la cerveza en El Astillero)