6.2.07

vacaciones en camboya


No hay poesía después del Indec, me dijo una vez un amigo recordando aquél verso de La memoria que refiere a los "150.000 guatemaltecos", mientras escuchábamos Callejeros y suponíamos que frases como "vacío como el sueño de una gorra llena de nada" o "duro como un muerto en su tumba" cultivan menos metáfora que los peores momentos de León Gieco.
Los dos habíamos escuchado ese verso en vivo el mediodía de 2004 en el que Kirchner le entregó la Esma a las organizaciones paraculturales de derechos humanos y a un no menor grupo de intelectuales indefinidos que harían defensa de su autarquía organizando charlas-debate en el auditorio de la calle Ramos Mejia, sede radical de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Por ese entonces, yo emulaba el magro papel que representaría algún blanco personaje de David Viñas. Íbamos a ver tocar en vivo al Presidente, prendiendo fuego su guitarra en pleno estado de trance lisérgico, mientras la base macrista-amorosa de La Boca abucheaba al todavía jefe de gobierno de la ciudad como el Dylan electrificado que nunca revolucionó nada. El presi, en cambio, desde la torre de control, componía la banda de sonido épica de los soldados rasos que, fusil al hombro y Marlboro en la sien, atravesaban en fila india los castaños lagos vietnamitas.
Otra vez: era 2004.
La canción es la misma aunque, como diría Rubén Blades, no todos somos iguales.
Como pasó con la muerte de H.A. Murena, hay que esperar el descargo por escrito de alguno de los hijos para quebrar el voluntarismo mítico de la interpretación de la realidad. El miércoles pasado fuimos con C. a esa dependencia de la embajada de los Estados Unidos de Norteamerica que es el Cinemark de Palermo para ver el último panfleto fílmico del gran Clint Eastwood. A ella no le gustó nada. A mí, en estos meses cristianuchis de mi vida, sí. A grandes rasgos, concuerdo con Luciano: se trata de un desmonte excepcional pero humanista de las causas de la guerra, donde la política ocupa el vil papel de la manipulación: así, de tan conservador, el protagonista de El bueno, el malo y el feo termina convirtiéndose en un anarquista. Convengamos: un mejor anarquista que Osvaldo Bayer.
Cuando dejamos la sala, escribí esto en mi blog de papel: La realidad, por momentos inescrutable, tiene muchas veces como antítesis su rostro más cómodo y sintético: el mito. Las otras, éste último opera como combustible para la marcha irredenta del primero. Como un mantra accidentado, se retroalimentan. Lo que Eastwood -madera este- intenta es desmontar -mediante el filo de otra posible síntesis de mito y realidad: el relato- ese reciclaje en función de la bajada de línea autocomplaciente y confesionaria, por un lado, y, por el otro, la crudeza compleja y mítica de la realidad. La única verdad.
Después, en su casa, pedimos al delivery dos sanguches de lomo con palta, tomate y albahaca y una cerveza fría, Stella Artois -$30 precio final. Procuré no mancharme con el aceite mientras discutíamos acerca de la intervención de segundo grado en el Indec, arrojados en la cama. Las almas más jóvenes y bellas del Mecon y aledaños en la avenida Córdoba -becarios, ay, informales, en su mayoría, que no llegan a percibir ganancias por no superar su jornal frizado el mínimo no imponible- están que arden. Hay una cuestión de la ética técnica que la ética anacrónicamente en armas y contemporáneamente conflictiva de Guillermo Moreno no da cuenta. Lo curioso, por lo menos a mí me parece curioso, es la escasa percepción del tema –la noticia, la intervención- que tuvieron los medios a la fecha. Ayer, después de la publicación de los números del IPC, ni Clarín ni Perfil sabían muy bien qué decir. Aquella frase de “ni Videla se atrevió a hacerlo” sumado a la poca recepción crítica, por decirlo de alguna manera, que puede llegar a tener en la opinión pública un guarismo impracticable con la empiria cotidiana de los consumidores, encierra una estrategia burda pero avalada no sólo en el paño electoralista sino en el mismo camino de construcción política que supimos elaborar en estos años y que la égida del gobierno actual, su popularidad, resume: una batalla que se da en los medios, una articulación incompleta con la realidad política, un debate que no me interesa tener en esos términos y la suposición de que la batalla política –en un gobierno que antepone claramente lo político, sea lo sea ese plan de largo plazo- se sigue dando, en alguna de sus peleas, en los campos más absurdos o menos necesarios. Pero sobre todo, que la política, la construcción política que desde distintos campos culturales celebraron como la gran plusvalía de los hechos de diciembre, es una utopía que lejos estamos de comprender y pensar en sus mecanismos más importantes.
Después, está lo obvio: exceptuando el purismo, la polémica poco excede al campo del debate electoral de un año que va a terminar por celebrar, seguramente, la asunción de la reina caucásica Ségolene Kirchner.
Verbitsky, mientras tanto, sigue de vacaciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

sí o no?