El artículo se llama "Peligros" y ese peligro que Lura teme como consecuencia de ese "juego de esperanzas y decepciones" es el comunismo, la enajenación "no ya simplemente de una forma política, sino un estilo de vida." Es llamativo que Lura feche ese péndulo peligroso a partir de 1928 donde, señala, no ha terminado su mandato ningún presidente civil, dejando de lado a ya sabemos qué presidente no civil que sí terminó su mandato popular -o no, en realidad no, pero no importa: el radicalismo siempre tuvo su filo brilloso en esa idea de lo "cívico" y lo que las instituciones consagran en contraste con los peligros indómitos-. En cualquier caso, y dejando de lado el peligro del comunismo como consecuencia del desorden social, hoy, cuando el autor de esas líneas ha muerto como "el padre de la democracia", bien grabado su nombre en la Historia fláccida de las capas mediáticas de la población como "Raúl Ricardo Alfonsín", termina ese texto sin certezas, sin tener la clave política para frenar ese vaiven destructor del estilo de vida democrático: "Tremenda paradoja para aprendices de brujo", finaliza Lura.
Alfonsin era -era- la bestia blanca de la política. Como le leí y escuché decir varias veces a Martín, Alfonsín era un hombre que decidió encarnar en su persona la democracia. "La democracia soy yo". Entonces todo acto, toda realización, desde las que hoy podemos leer como reivindicativas hasta las ominosas, eran llevadas a cabo por una fuerza propulsora que él siempre, y muy hábilmente, ha sabido caracterizar como "Democracia" pero que nosotros, más jovenes, más respetuosos adversarios del viejo mártir, simplemente llamamos "Política". Todo. No sólo era una forma de preservar la democracia el Pacto de Olivos I, ahí donde se pretendía fortalecer la transición, sino también el Pacto de Olivos II, ahí donde la mesa chica, pero fotografiada a los fines de figurar en la tapa de Clarín, garantizaba el bipartidismo, la ilusión de una democracia balanceada en sus formas, encarnando el deseo de aplacar los peligros. Alfonsín era el perfecto baby sitter del menos malo de los sistemas posibles.Por mi parte, yo también tengo mis pequeñas anécdotas subjetivas del Viejo Blanco. Vengo de una familia que por el motor de las formas y la raza ha abrazado, en su mayoría, el espíritu del radicalismo. Yo era el que con cinco años, en 1986, llevaba una de las sillas del living de la casa de mis abuelos hasta el balconcito de la entrada y de rodillas daba discursos a la calle, jugando insistentemente a hacer el gestito alfonsinista de cruzar las manos y extender los brazos hacia la izquierda ante la risa cómplice los que pasaban. Yo fui el que vi de lejos a Alfonsin en una mesa del Centro Lalín de la calle Moreno, al lado de Jesús Rodriguez y a dos mesas del marido de Catalina Dlugi. Yo fui el que en Lugo, Galicia, vi en una plaza un monumento figurativo que recordaba la independencia de Filipinas donde un pequeño mármol a pocos centímetro de la base de aquella escultura que mostraba a un hombre quebrando las cadenas literales del yugo dedicaba su homenaje al "Dr. Raúl Ricardo Alfonsín, padre de la democracia argentina" o algo así. En cualquier caso, sonaba así, es verosímil.
Ahora me queda esperar el devenir de estas horas. Ya me imagino la cantilena insoportable de estos días, mañana, cuando nos levantemos escuchando a Tenenbaum en Mitre, por ejemplo. De cualquier forma, me queda la ilusión de pensar que su muerte es un hecho democrático en sí, un hecho que muchos no estamos acostumbrados a ver: nunca vimos la muerte de un presidente. Yo, por el momento, veo la muerte de un político, un político mucho menos burdo, mucho más inteligente, mucho más fácil de respetar. Y esperaré que hablen los míos, no Massa.
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