El viernes pasado tuvimos una cena top: sushi con sauvignon blanc en el restó del Jardín Japonés, mientras al lado nuestro -por azar de las reservas- cenaban Tití Fernández y señora. Es llamativo: en una hora y media junto al ancestral paisajismo minimalista japonés y bajo un cartel que prohibe fumar, se puede incendiar el costo de una canasta básica semanal en un plato de nigiri o tataki, da lo mismo. O tenés una linda heredera de linaje nipón, por ejemplo, que te pronuncia la carta de vinos y las cepas como si te leyera un indescifrable dialecto oriental. Las peores son las argentinas puras; puro efecto de la precarización laboral. A los pocos minutos de ordenar, por un error de la rubia, que confundió los números de mesa, nos trajeron los platos de Tití y señora; reparado el error, la sra. Fernández nos invitó graciosa a picar de sus platos; yo, apurado, sólo atiné a preguntar un "¿nos convidan?", mirando de refilón a Tití: él se limitó a sonreirnos en silencio y a mí me pareció tan distinto al retacón histriónico de las medianoches post Fútbol de Primera: vi, entonces, a un simple periodista deportivo, tatuado en su physic du rol el corte barrial y dominguero, beneficiado por el talento de un paraguayo brillante que invirtió en el momento adecuado el destino manifiesto de la república democrática: Argentina para las depositarias de fondos latinoamericanas.
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No se trata sólo de acción. Hay una novela que escribió hace unos años Juan Forn. Se llama Frivolidad. La editó en 1995. Cinco años antes, editaba un libro de conversaciones con Enrique Pinti, ese operador de la cultura media caucásica que consume lo que no puede votar.
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No se trata sólo de acción pero es una pata. Sé que la estática de mi obra nonata se debe a una pulsión anti-aira: encima ahora, mientras leo ese ejercicio pigliano llamado Museo de la revolución (Kohan intentando hacer algo que, por el momento, sólo pudo actualizar, a su manera, Pauls -si hasta Tesare, fijate, parece una especie de Rímini erpiano-) estoy tratando de hacer un update sobre las relaciones entre literatura y periodismo, en los años del fin de las alternativas.
Prometo, dentro de poco, también, explicar mi programa actual: liberal populista.
Mientras tanto, cansados de la inacción de vernissages sostenidas por los intereses pecuniarios post-moscovitas y la tilinguería progresista capitalina, contra el jipismo y la interpretación, estamos armando, con los compañeros, un tinglado.
Convocamos a poetas trosquistas, narradores que leen Clarín, artistas que sueñan con playas gallegas y militantes bakunianos.
Los interesados, manden mails.
El único realismo es peronista.
2 comentarios:
Leer a Kohan, a Pauls, a Forn, a Verbistky el malo (no el otro, el novelista) es de pelotudos.
Bien por la sentencia final! saludos
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