"El crudo de la escena esa en el auto, volviendo de Retiro a las tres de la mañana, y en un rapto de lírica, mencionar la palabra brecha. Tanza manejaba, golpeando la cara interna del dedo índice contra el volante al compás de la música. En la radio, la voz miorelajante del locutor anunció la hora y el estado del tiempo y después dijo algo así como: feliz año o bienvenidos al nuevo año que comienza o comienza un nuevo año, este, en Buenos Aires, Argentina y después siguió con la programación: una catarata de clásicos de los ochenta, temas históricos de los primeros años de la televisión por cable y las bandas de sonido y las grabaciones caseras y los himnos generacionales que ahora escuchan los treintañeros y los cuarentañeros en las fiestas retro.
Íbamos a dejar a Carla arriba del micro 201 de Chevallier con destino a Mendoza. Quince días después, nos llamaría para avisar que no volvía, que había conseguido un trabajo, tal vez una fundación que la contrate para redactar informes sobre producción local y comercio bilateral con Chile.
Tanza manejaba. La virtud de manejar era que iba concentrado en el camino, la panorámica abierta y recta contra el parabrisas, callado, apenas tarareaba y, cada vez que pasaba los cambios, le acariciaba la rodilla a Carla. Todos íbamos en silencio, Carla con media botella de sidra en la sangre, mordisqueaba un turrón de crema catalana y de vez en cuando contaba algún chiste para aflojar el cansancio.
Esa noche, Tanza nos había preparado unos langostinos y los comimos con salsa golf y vino blanco en la terraza y después discutimos qué camino tomaríamos hasta la estación: si hacíamos Acceso Oeste hasta la bajada en Jujuy o mejor en 9 de Julio, derecho hasta el Bajo.
En las estaciones de servicio, los playeros que hacían turno nocturno cambiaban las pizarras de los precios de la nafta y el GNC a valores en pesos, y Carla practicaba la eliminación de los ceros en el tipo de cambio para calcular los gastos del viaje. No me acuerdo si eran cuatro, cinco o seis ceros pero Carla esa noche nos dijo que con lo que llevaba se podía quedar tranquilamente un mes y nosotros la imaginamos feliz y relajada en la ciudad de las baldosas, recorriendo bodegas y conociendo a otros como ella que hacían turismo interno y barato la primera quincena de enero.
En realidad, nada de lo que pasó esa noche y los días siguientes es importante porque no pasó nada. Para nosotros, ése fue el año en que se fue Carla y a Carla nunca más la volvimos a ver aunque estuviese nada más que en el otro costado de un mismo territorio nacional y con el tiempo hayamos empezado a mandarnos algún que otro mail, esporádicamente.
Una tarde que fui a tomar algo a un cibercafé, me la encontré en el mIRC y nos pusimos a chatear. Su nick era Paciencia Divina. Me contó que había conocido a un chileno de la Quinta Región que hacía una pasantía en Administración de Empresas con la Universidad del Cuyo. Por él había conseguido un trabajo en una oficina de Lan y estaba progresando. Se adaptaba bien a los cambios: su nuevo novio era el primer encargado de Recursos Humanos y la tecnificación de los programas contables no le generaba ningún problema, a ella que siempre le había gustado las matemáticas y la computación y tuvo la primer 486 del grupo, como decíamos nosotros.
Eso lo había aprendido en la empresa y con su novio y cuando volvió a cambiar de trabajo y lo aprendían los estudiantes de Económicas y de Empresas: ciclos de ocho años de duración, predicciones de corto plazo y adaptación al esquema vigente para obtener mayores índices de rentabilidad.
Esa tarde también me preguntó por Tanza y me preguntó por el nuevo departamento de Tanza y si finalmente se había recibido, creo que dijo estudiante crónico, y yo le dije que sí, que ahora vivía en Caballito, que el encargado de su edificio era un ruso que había estado en la guerra en Afganistán, y que Tanza ahora practicaba aikido en un dojo de la avenida Córdoba. Defensa personal, le dije.
Me acuerdo porque por esa época yo iba una vez por semana a su departamento. Tanza se vestía con shortcitos cortos, una remera de la maratón Carrefour, me hacía una toma para demostrarme lo que había aprendido, fumábamos y después nos quedábamos en el futón viendo un programa de chimentos por canal 2 o en E Entertainment Television y bajoneábamos.
Con el tiempo, dejamos de hablar de Carla porque Tanza se ponía nervioso. A los pocos meses, se peleó con la dueña del departamento y el martillero, que era el único contacto más o menos fiel que le quedaba, le soltó la mano, así que se mudó a un departamento más grande, muy barato, un PH, sobre la calle Maza.
Le decíamos El Ateneo porque entre las cosas que habían dejado, había un cuadro de Balbín. Chino, jóven, blanco: yo no lo reconocí y Tanza se confundió y me dijo: fue el presidente más honesto que tuvimos: salió más pobre de lo que entró.
Después, lo dejé de ver por un tiempo. Creo que él y Carla volvieron a hablar, que por lo menos una o dos veces se cruzaron en el messenger y también chatearon. Yo ahora tendría que revisar su historial para seguir escribiendo. De eso no entiendo nada, le dije cuando me preguntó por el trabajo de Carla en Mendoza, la última vez que lo vi. De esto, hace ya un par de meses atrás."
Retiro, leído el 26/12
Íbamos a dejar a Carla arriba del micro 201 de Chevallier con destino a Mendoza. Quince días después, nos llamaría para avisar que no volvía, que había conseguido un trabajo, tal vez una fundación que la contrate para redactar informes sobre producción local y comercio bilateral con Chile.
Tanza manejaba. La virtud de manejar era que iba concentrado en el camino, la panorámica abierta y recta contra el parabrisas, callado, apenas tarareaba y, cada vez que pasaba los cambios, le acariciaba la rodilla a Carla. Todos íbamos en silencio, Carla con media botella de sidra en la sangre, mordisqueaba un turrón de crema catalana y de vez en cuando contaba algún chiste para aflojar el cansancio.
Esa noche, Tanza nos había preparado unos langostinos y los comimos con salsa golf y vino blanco en la terraza y después discutimos qué camino tomaríamos hasta la estación: si hacíamos Acceso Oeste hasta la bajada en Jujuy o mejor en 9 de Julio, derecho hasta el Bajo.
En las estaciones de servicio, los playeros que hacían turno nocturno cambiaban las pizarras de los precios de la nafta y el GNC a valores en pesos, y Carla practicaba la eliminación de los ceros en el tipo de cambio para calcular los gastos del viaje. No me acuerdo si eran cuatro, cinco o seis ceros pero Carla esa noche nos dijo que con lo que llevaba se podía quedar tranquilamente un mes y nosotros la imaginamos feliz y relajada en la ciudad de las baldosas, recorriendo bodegas y conociendo a otros como ella que hacían turismo interno y barato la primera quincena de enero.
En realidad, nada de lo que pasó esa noche y los días siguientes es importante porque no pasó nada. Para nosotros, ése fue el año en que se fue Carla y a Carla nunca más la volvimos a ver aunque estuviese nada más que en el otro costado de un mismo territorio nacional y con el tiempo hayamos empezado a mandarnos algún que otro mail, esporádicamente.
Una tarde que fui a tomar algo a un cibercafé, me la encontré en el mIRC y nos pusimos a chatear. Su nick era Paciencia Divina. Me contó que había conocido a un chileno de la Quinta Región que hacía una pasantía en Administración de Empresas con la Universidad del Cuyo. Por él había conseguido un trabajo en una oficina de Lan y estaba progresando. Se adaptaba bien a los cambios: su nuevo novio era el primer encargado de Recursos Humanos y la tecnificación de los programas contables no le generaba ningún problema, a ella que siempre le había gustado las matemáticas y la computación y tuvo la primer 486 del grupo, como decíamos nosotros.
Eso lo había aprendido en la empresa y con su novio y cuando volvió a cambiar de trabajo y lo aprendían los estudiantes de Económicas y de Empresas: ciclos de ocho años de duración, predicciones de corto plazo y adaptación al esquema vigente para obtener mayores índices de rentabilidad.
Esa tarde también me preguntó por Tanza y me preguntó por el nuevo departamento de Tanza y si finalmente se había recibido, creo que dijo estudiante crónico, y yo le dije que sí, que ahora vivía en Caballito, que el encargado de su edificio era un ruso que había estado en la guerra en Afganistán, y que Tanza ahora practicaba aikido en un dojo de la avenida Córdoba. Defensa personal, le dije.
Me acuerdo porque por esa época yo iba una vez por semana a su departamento. Tanza se vestía con shortcitos cortos, una remera de la maratón Carrefour, me hacía una toma para demostrarme lo que había aprendido, fumábamos y después nos quedábamos en el futón viendo un programa de chimentos por canal 2 o en E Entertainment Television y bajoneábamos.
Con el tiempo, dejamos de hablar de Carla porque Tanza se ponía nervioso. A los pocos meses, se peleó con la dueña del departamento y el martillero, que era el único contacto más o menos fiel que le quedaba, le soltó la mano, así que se mudó a un departamento más grande, muy barato, un PH, sobre la calle Maza.
Le decíamos El Ateneo porque entre las cosas que habían dejado, había un cuadro de Balbín. Chino, jóven, blanco: yo no lo reconocí y Tanza se confundió y me dijo: fue el presidente más honesto que tuvimos: salió más pobre de lo que entró.
Después, lo dejé de ver por un tiempo. Creo que él y Carla volvieron a hablar, que por lo menos una o dos veces se cruzaron en el messenger y también chatearon. Yo ahora tendría que revisar su historial para seguir escribiendo. De eso no entiendo nada, le dije cuando me preguntó por el trabajo de Carla en Mendoza, la última vez que lo vi. De esto, hace ya un par de meses atrás."
Retiro, leído el 26/12
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