22.1.07

no estoy de vacaciones, estoy en cualquiera

Esperando a que me hagan un conducto, en el consultorio de Talcahuano y Santa Fe, leo y releo ese manual de estilo llamado Luz de agosto. Entonces reviso este subrayado: "Porque -piensa Byron- cuando alguna cosa se convierte en costumbre, siempre está a mucha distancia de la verdad y de los hechos"
Leer a Faulkner en verano es como una droga: además de la moda de las sedas transparentes, es otra manera de escapar del fundamentalismo laboral pre-vacaciones y el verano político que se revela con mayor intensidad en la edición dominical de Página/12, cuando hay que esperar hasta la página 10 para encontrar la primera noticia relevante sobre realidad nacional.
También puede ser una forma íntima de reproducir el doble discurso de las influencias y sus angustias. Varios años atrás tuve una situación levemente similar: en el registro de propiedad industrial, sobre la recova de Paseo Colón, junto a la Federación Gráfica Bonaerense, esa que tiene en la fachada el lema "sólo el pueblo salvará al pueblo", esperando a que me atiendan para tramitar la marca de un fallido proyecto autogestivo, me puse a leer Cicatrices.
Después, en La narración objeto, Saer le va a dedicar un apartado a Faulkner, dándole un marco intimista avant le blogger: el capítulo cuando, a sus diecisiete o dieciocho años, pasó un día entero leyendo Mientras yo agonizo y cómo su regreso al mundo real, luego de las horas hipnotizadas frente a las páginas del libro, cambia radicalmente tras la lectura de ese título fundamental del autor sureño.
Saer fue un gran lector de Faulkner, aunque a mi gusto un poco afrancesado. Pero hay algo que entendió cabalmente, más allá de sus displicencias made in Sorbona, y, según creo, se percibe bien en títulos como Glosa, con esa grandilocuencia masónica que caracteriza a cierta cámara de escritores que ven en el lenguaje o en el progresismo sin cortar un refugio de la cultura, como el del soldado raso Quiroga: Saer fue el autor de esa frase maravillosa que alguna vez reprodujimos acá: un alfonsinista de izquierda.
Saer, en definitiva, nunca tuvo personajes negros.
En Faulkner, por lo demás, hay una clave, gema y modus operandi de los más brillantes opus que tuvo la mejor literatura de los últimos dos siglos, empezando por el filósofo trascendentalista Ralph Waldo Emerson: la norteamericana. Si tipeás el término "operación" en el buscador de la Real Academia Española, la página te devuelve una serie de entradas, ordenadas por frecuencia relativa, en cuyo orden figuran una serie de doctos documentos académicos: la mayoría de ellos son completísimos y remilgados estudios de referencia de la novela histórica, el realismo y la concepción popperiana de la narración como característica del lenguaje humano. Uno de ellos, firmado por doña Carmen Iglesias, lleva el título De Historia y de Literatura como elementos de ficción, y da lugar a éste párrafo perdido que referencia al escritor gallego Gonzalo Torrente Ballester, autor de Las islas extraordinarias: Juzgar a los hombres «con pautas de perfección», «de ultrahumanidad», como ocurre en ciertos escritores, resta para Torrente validez a sus juicios, pues lo que hacen es suplir la carencia de imaginación por «la sátira, la moralidad, la ideología o la pornografía»
Yo cambiaría ultrahumanidad por humanidad, o pautas de perfección por encubierta plataforma aliancista, por ejemplo.
Hay una idea equivocada, según mi modesto criterio, acerca de la política que la coloca como una esfera per se y se podría rastrear en cierta asimilación de la recepción tipo CQC: aquélla que la ubica como un agente externo sobre la cual, a través de un extraño giro de denuncia, cinismo y natural hastío, se hace sistema (para usar un término sarleano) a partir de cierta desaprensión.
Lo mismo ocurre con determinada cantera del periodismo que, cuando no empuja alguna clase morbo de la conciencia progresista, traduce el devenir de la ciudadanía como mera víctima de las operaciones políticas (in)mediatas. En literatura eso se traduce, en algunos casos, como prosopopeya del político corrupto o en el mejor de los ejemplos, un realismo atravesado por el hilo social de un zeitgeist generalmente elaborado en la mesa chica de Artear S.A. Un emotivo caso de esta intentona podría ser Frivolidad, del exiliado gesellino Juan Forn, el mismo autor que editó un libro de conversaciones con el referente asambleario Enrique Pinti.
Toda esta perorata es para hablar del "clima", la verdadera obsesión de este espacio. Me gustó este párrafo del último post a la fecha del autor de Lampiño: "Fontevecchia, como Lilita, supone que el microclima de las operetas políticas es el que respira la sociedad, y entonces no entiende el tipo de vulgaridad que comete al asociar "los modos" del gobierno nacional con los fascismos."
En algún punto, o en todos, las burdas prioridades de Enrique Albistur y el PJ porteño a través del matarife Szpolski terminan cometiendo el mismo error. Un título como "La vergonzosa operación del gobierno" termina revelando, o bien una forma lavada de la antipolítica, o bien esa impresión que hace de la vida política un mártir idiota de la "operación", que vendría a ser lo mismo -y a mí, en lo personal, me chupa un huevo. Al final de cuentas, la pelea entre el multimedios Frente para la Victoria y la PyME negrera de Perfil, se va a limitar a ser el objeto transochado de algún bloggero aburrido, como quien suscribe. Los efectos que el crecimiento chino y los avances económicos que bien ponderan los mismos detractores reales o simbólicos de este gobierno tienen sobre el grueso de la sociedad y la vida cívica, por poner un ejemplo, son los que deberían determinar la estructura de nuestra pequeña ficción política. Dejemos de pensar en el marketing, y pensemos en los consumidores.

Ahora pienso en formato blogger: me acuerdo de ese gran libro del propagandista peruano Mario Vargas Llosa en el que el fantasma omniprescente de la estructura autoritaria del Círculo Militar terminaba por servir de soporte para la historia de unos chicos encerrados en el círculo vicioso del sistema social. El personaje principal se llamaba, paradoja hispánica, Alberto Fernández.
(...)
(Gracias Santino, por las correcciones pertinentes)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando vivia en la casa de mis padres, segun Faulkner yo sentia esto: ¨Cuando llego a ver la casa, todo resplando habia desaparecido por el poniente (...) La luz parecia observarle, estar al acecho, preñada de amenazas, como un ojo¨. Pagina 129 - ¨Luz de Agosto¨- edicion seix barral.

En Santuario lo unico que tengo marcado es esto: ¨Popeye se volvio y la miro. Movio un poco la pistola, se la guardo en la chaqueta y avanzo hacia ella. No hacia el menor ruido al moverse; la puerta, sin sujecion, se abrio para golpear despues contra la jamba, pero tampoco hizo el menor ruido; era como si el sonido y el silencio se hubiesen invertido¨.