Ya está: Ibarra fue destituido, no dieron lugar al pedido de inhabilitación, recurrirá a la justicia aunque en su fuero interno reconozca que los plazos judiciales exceden las virtuales horas de su gobierno en potencia y todos –por supuesto también Iglesias, que une al fiscal y a Baltroc en la misma bolsa de ignominiosa política adversativa- todos, ahora, lo confirman como un cadáver político. Yo jamás creí que lo fuera, ni antes ni ahora: en todo caso lo herido de muerte es la capacidad figurativa de un cariz que fue electo “en oposición”, con la ayuda de la misma chantapufi chaqueña que ahora se alegra porque, como él, adolece de una fuerza exclusivamente coyuntural. Ni Ibarra como persona importaba; sí el uso de ciertos sintagmas de choque que no terminan de reacomodarse a su vacío de significante. Ibarra está tan muerto como esos sayos que la historia y la excepcionalidad con que se construye sus formas políticas (no me confundan con Massot) reinstalan en el desuso de su contenido. El problema no parecería estar en quiénes vuelven, o deben volver, o cómo los traen; el tema es a dónde. Ayer, cuando salía del trabajo, Ibarra ya había sido destituido pero me fui igual por Corrientes, rumbo a la Legislatura. Era tarde y lo sabía, pero tenía ganas de encontrar algo, alguien, aunque sabía que los familiares ya debían estar en Once, y el trostkismo, lo usual, como salido de un director’s cut de Godard, de vuelta en su republiqueta de Sociales o Filo, y los empleados municipales, balbuceando la misma nada que los amontonó sin ninguna dirección -algo quería encontrar. En la esquina de Maipú, justo en la ochava, quedaba todavía una fila horizontal de afichetas pegadas sobre otro afiche mayor, más grande, seguramente la publicidad de alguna universidad privada. El collage había dejado un lema, sin querer, una cadena formada con los restos que quedaban:
“Encontrá tu lugar. No a la destitución. Encuentro progresista.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario