Hace varios años atrás conocí a Catalina Dlugi. Fue en una cena organizada en el club gallego “Lalín-Silleda-Golada”, ubicado en la calle Moreno, entre Sarandí y Combate de los Pozos, pleno Congreso. Era un mitin radical celebrado por la comunidad gallega en Buenos Aires, en la que habló el Dr. Raúl Ricardo y en donde el galleguismo de boina blanca in toto se debatía entre seguir apoyando al socialismo real de Felipillo o al “populismo” de Josemaría Aznar de Balaguer. Ecuménicos, se quedaron con éste último. En ese momento yo debía tener unos doce años y en las postrimerías de la cena divisamos a Cata en la puerta, a punto de salir, junto a su marido, quien supongo debía portar la sangre española que los acreditaba o, al menos, el espíritu concertista que nos unía a todos aquella noche y que tan bien resumía el rostro de Jesús Rodríguez, sentado a la derecha de Alfonso y a la izquierda de mi tío abuelo, presidente del club. Me da un poco de vergüenza decirlo ahora, pero con un primo segundo que sólo veo, en el mejor de los escenarios, una vez al año, fuimos corriendo hasta la puerta a pedirle un autógrafo. Ella nos lo cedió con la mejor de sus sonrisas, su contracción típica de segmento de espectáculos. Lamentablemente, no guardé ese papel garabateado pero sí atesoré algunas impresiones que, aunque era muy chico por ese entonces, empecé a germinar:
-Catalina era y es la viva personificación del espejismo en el drama mediatizado... Si Mónica y César era la pareja ideal de blancos católicos progresistas no divorciados que plantan naranjos (igual me han llegado cada chisme de ellos) Catalina era y es como la tía medio despistada y pizpireta que le pone paños fríos a una charla en la mesa sobre la inseguridad, hablando del último espectáculo de Enrique Pinti.
-Catalina es más fea en vivo que en la cámara de Telenoche.
-Catalina tiene sangre radicheta
-Nadie, pero nadie como los radicales son tan buenos para construir relatos. Cuando uno es un estudiante aplicado del comité Panesi, aprende que hay dos niveles en el cuento clásico á la Chejov: la sujet y la fable... La fable vendría a ser, dicho ramplonamente, la suma de la historia, la historia en sí, su grado cero y efectivo; la sujet es la forma cómo se presenta esa historia... El radicalismo (presidentes limpios, globos celestes y blancos en la plaza de la democracia) sería la fábula.
El peronismo, lo otro...
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