El niño alfonsinista lee El túnel en el subte que lo lleva hasta Diagonal Sur. A la amistad de Rogelio Frigerio que ha resistido todas las asperezas y vicisitudes de las ideas. Lee. El púrpura profundo de Metrovías le molesta; detrás del plástico había antes una propaganda de una escuela que fundaba su programa en un sistema japonés, Kumón o algo así, basado en métodos de estudio algorítmicos trasladables a todas las instancias de aprendizaje pedagógico; personalizado, individual, los padres argentinos beneficiados con la distribución topográfica de la economía de servicios llevando a sus hijos del Cáucaso a maestras particulares que imitan el sistema que un padre del Sol ideó para su retoño disperso mientras le vende su receta al ranking del New York Times y a la Secretaría de Turismo de Pearl Harbor: método en lugar de Ritalina. Ahora, en su lugar, hay un aviso de bolsas de residuos y una escuela de digitopuntura exportada de Kyoto con sede en el protocolo de Palermo.
Pero en Florida, vuelve a consultar la hora. Cinco minutos entre la pantalla digital del subterráneo y el poste de cuarzo encastrado con el logo del Gobierno de la Ciudad. Uno, comparándolo con el del banco Itaú. Son mejores los de cuarzo; si todavía existe la hora oficial, la voz grabada de la mujer en el 113 se repite con los viejos Seiko que aparecen cada veinte cuadras con el cartelito: Felices horas...Buenos Aires... Sabe que pertenecen a la primera ola de turismo económico. Primero, el regreso; siete años después, la democracia...
Ahora, son las nueve menos cuarto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario