2.3.09


Hay que aprovechar los pocos minutos de vigilia activa que tiene el día para hacer algo, pensé, pero eso lo pensé después, porque cuando me levanté lo primero que escuché fueron los alaridos de guitni jiuston en el programa de Tenemgúmeno. Después, como diría bombo imantando, me hice una quimio con Among the living al taco para darle átomos a los dos cuadras que separan nuestro santuario de la Estación Ernest Mandl de la línea B de subterráneos. Acá voy, rojos, pensé, y mientras bajaba las escaleras descubrí que aún guardaba en mi bolsillo la bolsa de Coto con la que había pensado levantar la mierda de winter en nuestro paseo matinal. Todavía la tengo al lado, por las dudas. No son ni las diez y media de la mañana y ya fallé: no logré configurar el reloj que registra las entradas y salidas de los empleados y ahora tendré que llamar a la empresa y pagar un canon. Mientras tanto, me entretengo con otras cosas. Donato Spaccavento aceptó mi solicitud de amistad en Facebook y veo que es bastante popular y que sus amigas le dejan comentarios sobre lo poco que lo beneficiaba el corte de pelo aquel día que apareció en TN y cosas así: además le gusta Nightwish y El ruido y la furia y otras cosas más del palo. Todavía no tengo ninguna opinión formada al respecto. Ayer, mientras escuchaba ese tema de Carlos Solari que dice que los sesenta fueron tres putos años nomás, pensaba que con el tema de la crisis y la suba paulatina de los precios relativos, los niños generosos de la cultura cebollita, ayer transgresores, ahora se van a volver nazis rasos de la literatura: la literatura vuelve a sus raíces reaccionarias. Pero no estoy seguro. Eso no lo pensaba ayer, lo pensé hoy. Y hoy ya fallé. Voy a seguir como si nada. Hacia adelante.

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