Cuando escuchaba la voz lluviosa en el UHF solicitando un móvil a avenida La Plata y Rivadavia o Charlone y Lacroze, por ejemplo. Decía Charlone: una bilabial atravesaba la frecuencia, imaginaba los labios gruesos, juntos, cerrando una aguda, contra el intercom de la radio. En la GNC donde paraban el resto de los móviles, había averiguado su nombre. Clara. El 737 que alquilaba el taxi y todos los días a las seis de la tarde viajaba a la central a retirar las llaves y los papeles, la conocía. ¿Era fea? Lo habían jodido con el típico chiste de las películas yanquis: las locutoras de las hot line que uno no ve y terminan siendo amas de casa gordas y desaliñadas impostando la voz atemperada de una princesa caucásica del sexo a distancia. No le importaba. ¿Necio? Un porteño standard con un promedio de veinte años arriba de un taxi estaría dispuesto a romperle la cabeza a cualquiera que le diga necio por sólo sentir un hormigueo en la clavícula al escuchar la voz de la recepcionista de un radiotaxi en un mínimo de cincuenta o cien veces por día. Clara. No pensaba en la justicia poética del nombre. Trataba de hacer las rondas por Colegiales, cierta zona de Palermo, algo de Belgrano; ahí la radio enganchaba mejor y se escuchaba más claro. El 304 lo aleccionaba: decía que si recortaba el perímetro sólo para oír la voz de Clara, desperdiciaba el verdadero valor de su voz: un viaje desde Plaza de Mayo a Ezeiza, por ejemplo, pagaba el gas, un café con leche y dejaba unos pesos de vuelto para aceptar otro viaje similar de veinte o treinta mangos y con eso una boleta de luz. Pero prefería su voz a la radio o a una charla anodina. Eso también pagaba. Le hacía chistes: la invitación eterna a un asado era tema constante. La imaginaba flaca, mejor: mucho más joven que él, rolinga, probablemente, afecta a unas cervezas y un porro los sábados o domingos de franco. Circulaba en un radio de diez cuadras a la central pero no se atrevía: la virtud de los dueños de licencias de taxi es que no necesitan fichar, rendir cuentas diarias: el abono de un canon mensual es suficiente. Cada vez que escuchaba su voz, cuando empezaba su turno, llamaba a la central, usaba el canal general y le decía a todos los móviles activos que era la mejor voz, la que mejor modulaba, un encanto, la más expeditiva –decía expeditiva-, un gusto y un lujo trabajar con ella. Algunos se reían. Quizás sea mucho decir, pero alguien lo escuchó y la reacomodaron. Al mes siguiente, dejó la radio y se ocupó de tomar los llamados y cargar los viajes en la interfase. Menos horas, mejor sueldo. El 521 seguía diciendo que era horrible, físicamente horrible; él también la conocía, que se la había cogido, que era frígida; se reía y se hacía el superado. Él no. Necio. Fracasó pero a Clara la ascendieron. Algo había logrado.
2 comentarios:
Muy buen relato, realmente. Me gustó mucho. Lo leí un par de veces y me quedé pensando. Te dejo un saludo.
gracias, damián. otro
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